domingo

A propósito de la muerte del Señor Don José Saramago


Hay perdidas que duelen, pero duelen de un modo especial. Específicamente porque no es que uno lo ha visto en persona o lo conozca personalmente. Mas bien lo ha sentido de otro modo. Ese otro modo que lo hace tan especial, justamente. Sentimiento que aquellos que amamos la literatura conocemos muy bien. Aquellos que pertenecemos, con mayor o menor dignidad, a esa utópica comunidad silenciosa de la palabra conocemos, nos reconocemos. Que a pesar de no haber visto a la persona, podemos efectivamente de algún modo ver a la persona. No hay máscara que represente mejor el alma desnuda que un libro escrito a puño y sangre.
Entre tantos seres hechos de palabra que se clavan en la retina de uno. Cada uno de ellos toma un lugar determinado en nuestro cosmos personal. Y tengo que confesar que de quien va dirigido este post solo he leído un solo libro, esto es, "Ensayo sobre la ceguera". Y nada más. Y digo esto, digo, utilizo el verbo confesar, (palabra, precisamente, teñida con esa herencia que tanto combatió el susodicho) porque me sustrae un ligero sentimiento de culpa, (si, idem anterior) culpa porque podrán objetarme, .- Ah! pero Tú, solo has leído uno de sus libros, no lo conoces tanto como nosotros. Asi es, y aquí no termina el rezo del reo. Tengo por ahí tirado Ensayo sobre la lucidez, abandonado, póngale que en la página 18.
Pero vaya narcisismo ególatra el mío. Usando de excusa su muerte, Don José, para hablar de mis propias miserias. Pero tal vez, no nos queda otra cosa que hacer. Al fin de cuentas somos humanos, demasiado, pero lo somos.

Y trato de recordar el sentimiento que me atravezó la lectura del Ensayo sobre la ceguera. Trato de evocarlo. Y siento, o vuelvo a sentir, si es que es posible la rememoranza, ese amargo sabor o sabor amargo que me causó su obra. Debo seguir confesándolo, su libro me disgustó. Pero hay que precisar el disgusto, es esencial para el entendimiento del caso. Porque lo que repugna no es el relato en sí, lo que asquea es lo que su relato me hizo ver. Ver, en su Ensayo de la ceguera, ver, justamente. (¡Juaz!, Falta de luces mía para homenajearlo utilizando trilladas asociaciones, si, culpa, lo confieso, si y Juaz).
Muchas cosas, hablando de trilladeces, vanales trilladeces metaliterarias, se pueden elucubrar de su Ensayo sobre la ceguera. No me compete hacerlo. No es el momento, ni el lugar. Solo quería mencionar esa pizca de emoción surtida por su palabra. No quiero decir mas, mucho menos repetir.

El viernes uno se despertó con la noticia de su fallecimiento, Don José Saramago. Y sintió, uno y no otro, la puñalada en el alma.

Yo sé. Que lo sé muy bien, que el tiempo nos volverá a reencontrar. Si es que exista esa posibilidad, sea esa posibilidad. Dada porque la palabra escrita es espíritu. Ahora que su cuerpo expiró, nos queda su otro cuerpo. Ahora que se fué, su carne se ha vuelto verbo. Y es su verbo, su palabra, su escritura los que nos queda. Mal que les pese a la Iglesia Católica y sospecho que a usted también, Don José tal asociación.
Si porque me debo confesarselo, porque soy cristiano, Don José, cristiano y fiel suyo también. Fiel a su palabra. Porque a uno quien aún le conmueve la humanidad posible, siente sin lugar a duda alguna, la fidelidad a la palabra que usted Don José Saramago a profesado. Y eso es lo que uno aprecia de un modo incalculable. Por eso duele su partida.

Ahora que el cielo lo ha abrazado...
nos volveremos a ver,
en la palabra escrita, en la susurrada, en la que retumba en nuestros espíritus deshecho en palabras....

1 comentario:

  1. Muy lindas palabras, Pripi!

    Con "Ensayo sobre la ceguera" me pasó algo parecido y a "Ensayo sobre la lucidez" también lo dejé abandonado, aunque a causa del estudio (igual no me enganchó tanto como otros libros de Saramago).

    Te quiero a lot!

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