domingo

Érase una vez...

En la ciudad de Buenos Aires, hay por lo menos unos 15 millones de personas (aproximádamente, dado que no nos interesa dar cuenta de la exactitud, si no simplemente dimensionar), de personas, que es un decir, dado que lo que nos interesa en este relato es representar la ficción de solo un par de habitantes de ella. Y ahora bien, empezado esto, estoy dudando un poco de si es en realidad una buena idea empezar un relato de este modo, de algún modo, un modo bastante trillado. Podría haber dicho mundo en vez de Buenos Aires, pero mundo es demasiado abstracto, una ciudad personaliza mucho. Pero sin lugar a dudas, podría haber empezado así:

En el mundo, hay por lo menos 6 mil millones de personas (aproximádamente, dado que no nos interesa brindar una información exacta, si no simplemente dimensionar), de personas, es un decir, ya que lo que nos interesa aquí, no es la persona, mas bien la historia. Aunque no deja de ser una bagatela, la aclaración, una bagatela que solo puntualizan ciertas personas quisquillosas, que creen en la precisa exactitud de la expresión literaria. Porque, espero que se haya dado cuenta querido lector, esto es lo que se llama el comienzo de una novela. Aunque no parezca, o esté demasiado afectado, impreciso y tímido. O por lo menos, así me pareció caracterizarlo. Porque usted sabe, si es que usted sabe, porque no todos saben en realidad, pero si usted es quien creo que es, es decir, alguien que sabe, sabe que un buen escritor, es aquel que sabe hacer pasar como verdad aquello que es mentira, con una serie de artilugios determinados que su capaz incapacidad le provee. Y usted sabe, si es que sabe, que no lo estoy logrando. De hecho, voy a dejar de escribir, porque los dos sabemos que esta novela, en realidad no es mas que una insinuación, nada mas que eso.

En el mundo hay por lo menos 6 mil millones de personas, de las cuales podemos sacar prácticamente 100 mil millones historias dignas o indignas para que pasen al papel o a una pantalla de computadora. De las cuales podemos asegurar que existen por lo menos 7342 mil millones de insinuaciones de historia como esta.

Lo números obviamente han sido expuestos al azar, obviamente desconocemos las cifras reales, lo que simplemente intentan dar cuenta, es que las posibilidades no son en realidad infinitas, a pesar de la aparente monstruosidad númerica. La exorbitante, cantidad exorbitante no nos tiene que hacer perder los estribos. De hecho, si nos encontramos en este preciso instante, aquí, usted leyendo y yo releyendo esto, es porque justamente solo nos interesa una sola insinuación de historia. Precisamente, la que comienza ahora, el cual no tengo ni la más pálida idea de cual es. Pero me urguió escribir esto de este modo. Y ¿sabe que?, estoy muy contento por haberlo hecho.

jueves

circo, circo, circo

Elucubraba, masticando cada paso, un joven circense, unas ideas y venidas, de saltimbanquis espectaculares, que deslumbrarían hasta el último rincón sombrío de cualquier habitación. Pero antes de llegar a ello, una mar depresiva, le estaba ahogando la conciencia que apenas pende de un hilo de la mente. Largo y tortuoso el camino que recorrió desde la hora señalada como largada, hasta la que hace de llegada relatada aquí, en este preciso aquí. El joven circense tuvo que atravezar un largo y harto tubo metálico que relinchaba de modo tal, estruendoso, que díficilmente podríamos transcribir aquí la sensación exacta, en este preciso aquí nos faltaría mas que fuerzas para ello. Si el hilo del relato se balancea en el vacío, tambaleantes, timoratos equilibristas, caeríamos antes de dar el primer paso siquiera. Pero lleguemos al caso, antes de que nos acusen de prestidigitadores de mal agüero. Si nuestro joven circense se precia de protagonista, aún no ha dado lo mejor de sí. Aquello que todos, todos los espectadores, esperarían de él, aún no lo ha dado. Y no se trata de un vano azar, que nos detengamos ante tal exigencia. Porque está no amerita, no justifica, no precisa, la expectativa, extraviada expectativa que se deposita tan injustamente en el joven circense. Por eso, nos detenemos aquí, en este preciso aquí. No hay circo, damas y caballeros, no si esperan un lastimoso espectáculo para alimentar el morbo degradante de nuestro tiempo contemporáneo.




Este pequeño extracto, trata de ser un burdo y mero intento de imitación, de algún extracto kafkiano que alguna vez supo imprimirse en algún papel. Díspenseme de las molestias ocasionadas, este Estado de cosas seguirá trabajando arduamente para satisfacer la demanda literaria del lector ocioso y sumamente exigente que puebla este cibernético mundo.